de los nuestros
Dicho por uno y escuchado por todos
lunes, 2 de septiembre 2019
"Sacrilegio de un corral",
por Dámaris Fernández
Desde cielos sudcalifornianos y con casi un metro y medio de purísima ternura, Dámaris nos acompaña a estrenar nuestra sección De los nuestros. No se dejen engañar: su carita de ángel y su aparentemente indefenso cabello rizado no concuerdan en lo absoluto con su narrativa extraña, intrigante y llena de barro. Vivo y latente ejemplo de que la amistad rompe aquellas líneas imaginarias que nos separan en Estados, llega al mundo internauta haciendo escala en Peri(patéticos) una historia literalmente cochina y repleta de fluidos. ¡Provecho!
—¿¡Quéeee!? Esa cerda no puede estar preñada, no la hemos cruzado con ningún cerdo ¿Ya revisaste bien, vieja? Acuérdate que a veces se te va la onda… ya ves el día que según habías visto a Matías en el corral y estaba en la sala.
—Que sí, cabrón, la cerda está repanzona. Según yo, habíamos quedado en que ya la íbamos a matar porque no logró preñarse dos veces. Y los cerdos no están en el mismo corral. No tengo idea qué pasó pero se ve que ya mero va a parir.
—¡Jaimeeee¡ Ven para acá.
Y el chico de 16 años que había escuchado la conversación se asoma a la cocina con cara de miedo. Él sabía qué había pasado y por qué, pero le había jurado a Matías, su hermano mayor, que no diría nada.
—¿De casualidad no sabes por qué la pinche cerda está preñada? ¿Tienes alguna idea, mijo? Tú que eres bien atento, ¿no has visto nada raro?
Ni cómo decirles a sus padres que Matías se había cogido a la cerda porque la Lupe nunca le aflojó y un día que andaba recaliente la cochina se le apareció. Y para acabarla, lo que se supone que saliera de eso iba a convertirse en nieto de los Méndez.
Jaime, que sólo era un año menor que Matías, siempre había sido bastante alcahuete. Pero sabía que esto iba más allá de todo lo enfermo que había hecho su hermano antes. Con la voz algo temblorosa y chillona dijo: —Matías sabe lo que pasó- y salió de la cocina como alma que lleva el diablo. Y vaya que sí se lo estaba llevando el diablo, pues si su hermano sabía que él había sido el “pone dedo”, le iba a acomodar una golpiza bien buena.
—¿Y dónde está Matías?- dijo Doña María.
Cuando el chamaco se atravesó por la cocina llorando porque la Lupe lo había dejado por cuarta vez, nada más alzó la cabeza. Se le alcanzaban a ver los ojos rojos e hinchados y dijo con una voz delgada y rota: —¿Qué pasa, amá?
—La cerda, la que no se podía preñar, ahorita está a nada de reventar. Ya me dijo Jaime que tú sabes por qué.
Se le fue el color de la cara. Los brazos le temblaban, estaba a nada de un desmayo. Había repetido en su mente muchas veces lo que le hizo a la marrana. Se la imaginaba con la cara de la Lupe. Calientita, sonriendo.
Pero sabía que estaba mal, sabía que no era normal. Que era horrible, espeluznante. ¿Qué pasaría si sus amigos se enteraran, qué pasaría si la Lupe supiera? Jamás volvería con él. Por otro lado, podría ser que no estuviera embarazada la cerda: Doña María estaba muy ciega y eso era bien sabido en el pueblo. Corrió hacia el corral y la vio, por primera vez después del incidente. Estaba en el rinconcito con una bolsa de placenta vacía por fuera. Se acercó un poco a la puerta y una atrocidad estaba en la sombra. Chillaba como humano y Matías se paralizó. Doña María salió al escuchar los guarridos de la cerda y entró al corral sin miedo. Alcanzó a ver un pequeño puerquito de lejos y se acercó para cortar el cordón, pero cuando lo puso a la luz del sol vio -por primera vez en la tierra- a un ser híbrido aberrante que surgía del óvulo de un cochino y el espermatozoide de un hombre, que ni era hombre, porque a los 17 años uno no es nada todavía. A Doña María casi se le sale el corazón cuando vio las pezuñas en un bebé muy parecido a Matías la primera vez que lo vio. No podía ni respirar y se le cayó al suelo la bestialidad. Cuando recobró el aliento pegó un grito al cielo para que su viejo fuera a ver. Don Clemente había visto cosas horribles. De hecho, ser carnicero no era el trabajo más decoroso y pulcro de la historia humana: a diario lidiaba con sangre, chillidos de cerdos, huesos cortados y vísceras. Pero cuando alcanzó a ver el animal-humano que estaba tan cerca de su casa, pegó un grito inclusive más fuerte que el de Doña María. Mientras los señores discutían sobre qué carajos era eso, Matías estaba tirado en el suelo de la entrada sin poder ni resollar. Se levantó y dijo: —Mátalo, papá.