de los nuestros
Dicho por uno y escuchado por todos
miércoles, 20 de noviembre 2019
"Con I mayúscula",
por Nora Sánchez
Las despedidas nos dejan siempre con el corazón apachurrado en la mano, todavía latiendo. Hoy, después de mucha diversión y pintura rosiverde, Peri(patéticos) llega a su fin. No nos queda más que agradecer a nuestros colaboradores y, sobre todo, a nuestros lectores. Terminemos de la mejor manera esta aventura: con un texto final, con nuestro punto final. ¡Nos veremos en otras latitudes!
Todos nos vamos a morir. Es lo único totalmente garantizado que tiene la vida. Eso y los impuestos, como dicen los del SAT. La señora de la cafetería que me prepara mi sándwich se va a morir; el wey que le está queriendo meter mano a su novia en la banca, creyendo que nadie lo ve, también se va a morir; mi mamá, que me castiga cada
día, también se va a morir.
¿Cuál es el sentido, pues, de estar aquí? ¿Cuál es el sentido de ponerse a dieta, de tener un trabajo, de criar chamacos, ver telenovelas estúpidas, ponerse mil cremas en la cara y demás cosas banales si, a final de cuentas, a todos nos va a cargar el payaso? Pues bien, hacemos todo esto por la Ilusión, con I mayúscula.
La Ilusión que tenemos todos sembrada desde pequeños, esa que nuestros padres, tal vez sin saberlo, la metieron a la fuerza en nuestra cabecita. La Ilusión de que si estudias vas a tener un buen empleo y eso te conseguirá una linda esposa, quien después te dará dos o tres hijos, y ellos, a la vez, te harán abuelo cuando llegues a la etapa en que comiences a morir.
La Ilusión es la que nos hace levantarnos día a día en las mañanas, es la que nos gobierna. Al carajo con los Presidentes, con la ONU, con los Illuminatis, con los dioses de distintas religiones. Todos ellos le hacen los mandados a la Ilusión, que está presente en todas partes. Está en los comerciales de CV Directo, ilusionando a los gorditos con el cuento chino de que si te untas el gel azul en la noche y el rojo en la mañana, bajas tres kilos en media hora. Está en el amor, que nos ilusiona durante casi toda la vida y nosotros, tan ingenuos, caemos redonditos pretendiendo olvidar que lo que amamos realmente son sólo nuestros propios gustos reflejados en la otra persona.
Hay Ilusión, pues, en la escuela, en las etiquetas de una marca de lencería, en las novelas escritas, en las novelas mal actuadas, en la muerte, en la vida. En cierta manera, nada de lo que hacemos tiene sentido, nada se quedará. En algunos cientos o quizás miles de años, nadie se acordará de Cleopatra, de Hitler, de Elvis; mucho menos de nosotros, simples mortales.
Pero también hay cosas que te hacen creer: cosas que aunque no quieras ser como los demás –devotos creyentes ilusos- te hacen caer. Ganarse la lotería, aprobar en un examen, que te voltee a ver el que te gusta, que el del camión te perdone los cincuenta centavos que te faltaron, escuchar la primera palabra que dice tu hermanito. Cosas que te salvan de la nada en la que te has convertido, que evitan que se derrame el vaso, que te ilusionan. Pues bueno, eso eres tú: tú eres mi Ilusión.